martes, 19 de junio de 2007

EL CRISTIANO EN TIEMPOS DE GUERRA


Un grupo de académicos e historiadores ha recopilado la siguiente información. Desde el año 3600 a.C., ¡el mundo ha conocido sólo 292 años de paz! Es decir, en un lapso de más de 5.600 años, el 95% de esos años ha visto guerra en alguna parte del mundo.
Durante este periodo se han visto 14,351 guerras, en las cuales 3,64 mil millones de personas han muerto. El valor de la propiedad destruida en estas guerras equivale a una banda de oro que circulara el mundo con una anchura de 156,4 Km. Y una profundidad de 10 metros. Desde 650 a.C. se han visto 1.656 carreras de armas, sólo 16 de las cuales no han terminado en guerra. Esas 16 terminaron con la destrucción económica de los países involucrados.
Obviamente, la raza humana ha sido afectada por la guerra por muchísimo tiempo. Se ha soñado siempre con un final a la guerra, pero no se ha producido hasta la fecha por ningún esfuerzo humano. La Primera Guerra Mundial fue conocida como "la guerra para acabar con la guerra", pero el hecho de que fue seguida por la Segunda Guerra Mundial demuestra la futilidad de tal nombre.
Nos encontramos ahora en un tiempo de guerra. No sabemos si será breve o largo, y podemos tener diferencias de opinión acerca de las justificaciones que se ofrecen por ella, pero como creyentes podemos unirnos en reflexionar sobre nuestra reacción ante la guerra.
La Biblia nos presenta muchas realidades acerca de la guerra. La guerra puede ser un instrumento en manos de Dios para castigar a los injustos. Los justos, sin embargo, también sufren en la guerra. El hecho de que una nación sea victoriosa en guerra no significa automáticamente que Dios la favorece.
La vida cristiana también se compara con una guerra - no una guerra contra otros seres humanos, sino una guerra contra fuerzas espirituales que buscan nuestra destrucción.
Hay una tercera realidad que la Biblia nos enseña claramente. Tiene que ver con el día en que se acabarán las guerras, y nuestra reacción ante su existencia hoy en día.
Veamos lo que Dios nos dice al respecto en:
Lectura: Isaías 2:1-5
2:1 Lo que vio Isaías hijo de Amós acerca de Judá y de Jerusalén.
2:2 Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.
2:3 Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.
2:4 Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.
2:5 Venid, Oh casa de Jacob, y caminaremos a la luz de Jehová.
El profeta Isaías ministró durante una época de gran agitación política alrededor de los años 740 a 700 a.C. Durante los años de su ministerio las diez tribus norteñas de Israel fueron llevadas al cautiverio por el imperio de Asiria.
Isaías vivía en el sur, quizás en Jerusalén, y Judá era una nación fuerte y próspera, pero corrupta en sus valores y apóstata. Isaías llamó al pueblo a volver a su Dios, pero el pueblo no escuchó su voz; y aunque el sur no fue llevado al cautiverio con el norte, fue reducido a un estado vasallo del imperio asirio.
Cuando se escribió el capítulo dos, las nubes de la guerra estaban aún detrás del horizonte, y todo parecía estar bien. Dios mandó su mensaje a través de Isaías para que su pueblo volviese a él antes de que fuera muy tarde. Ignoraron ese mensaje, y dentro de pocos años se encontraron en medio de la batalla.
¿Qué mensaje podrá tener Dios para nosotros en este pasaje?
Podemos ver una comparación clara entre nuestra situación y la de sus lectores originales. Al igual que ellos, vivimos en un mundo inseguro. Al igual que ellos, fácilmente podemos valernos de soluciones humanas a problemas que sólo Dios es capaz de resolver.
Al encontrarnos en un tiempo de guerra, tenemos que recordar que:
I.- Podemos tener confianza en tiempos de guerra porque Dios nos promete que un día cesarán.
La raza humana ha conocido muy poca paz a lo largo de su historia. A pesar de la idea común de que estamos progresando hacia un mundo mejor, las guerras no se acaban.
Al contrario: el siglo XX, siglo de gran progreso científico y económico, también fue el siglo más sangriento de la historia humana.
La guerra es síntoma de un problema más profundo. Se trata del rechazo que muestra la raza humana hacia la sabiduría de Dios y su intento de hacer las cosas a su manera.
Leemos lo siguiente en el Salmo 2:1,2 : ¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido.
Las conspiraciones y las guerras son síntomas de un malestar más profundo, que es la rebelión contra Dios y contra su escogido para reinar sobre la tierra - el descendiente de David que reinará por siempre sobre el trono, nuestro Señor Jesucristo.
Esto no quiere decir que ninguna guerra es justificada, o que Dios nos llama a ser pacifistas; aunque nos llama a ser pacificadores, a veces el camino a la paz nos lleva por la guerra.
Pero a fin de cuentas, vemos que las naciones de este mundo en realidad son como niños malcriados. El papá le dice a uno: Hijo, comparte tus juguetes con tu hermano. El hijo responde: ¡No! El otro niño empieza a llorar y a golpear a su hermanito, la hermana se mete para defender a uno de ellos, y ya - como se dice - se armó la bronca.
De igual modo, los hombres se pelean simplemente porque no quieren reconocer la autoridad de Dios y comportarse según sus reglas. De aquí surgen las riñas y los pleitos que destruyen tantas vidas.
Pero no siempre será así. Nuestro pasaje nos presenta la restauración de la humanidad. Dios nos promete que, en los últimos días, los pueblos llegarán a reconocer su autoridad y su sabiduría.
Esta restauración sucede de una manera progresiva. Empezamos con una figura. El monte Sión representa la morada de Dios, y se nos presenta la imagen de un mundo en que este monte domina el paisaje. Es el monte más alto; todo el mundo viene a él para aprender de él.
No creo que este pasaje se refiera a un cambio topográfico en la superficie de la tierra. Más bien, es una forma simbólica de hacernos imaginar cómo será ese mundo en el que Dios recibirá la gloria que él se merece, y en el que las naciones recibirán de él su dirección y su guía.
Esta profecía ya se está cumpliendo. Cuando Jesús llegó a este mundo, entonces la enseñanza salió de Sión y la Palabra del Señor de Jerusalén. Moisés recibió la ley en el monte Sinái; la nueva ley, la gracia del nuevo pacto, se predicó empezando en Jerusalén en el día de Pentecostés.
Miembros de todos los pueblos están buscando a Dios. En todas partes del mundo, hay personas que se prestan a oír y vivir por las enseñanzas del Señor.
El templo del Señor, la habitación que él ha escogido, es la Iglesia. La extensión de la Iglesia es el principio del cumplimiento de esta profecía. La enseñanza divina que trajo Jesucristo para ordenar la vida humana se sigue esparciendo por todo el mundo.
Sin embargo, la profecía no se acaba de cumplir. En particular, el versículo cuatro presenta algo aún sin cumplimiento. La paz sólo vendrá después que el Señor juzgue entre las naciones.
Sólo después del juicio final se establecerá la paz perfecta en la tierra. Sólo después que Cristo regrese para establecer su reino se convertirán las espadas en arados y las lanzas en hoces. Sólo en aquel día se podrá decir que nunca más se adiestrarán para la guerra.
En aquel mundo perfecto, la guerra será una triste memoria del pasado, no una amenaza presente. Podremos vivir para siempre en paz.
Esta realidad nos da gran seguridad en tiempos de guerra. La realidad de que nos espera un mundo de paz nos da paciencia para vivir en el mundo alborotado que ahora existe. Por esta razón,
II.- Debemos tener cuidado en tiempos de guerra de caminar a la luz del Señor
Después de darnos esta bella profecía de la continua obra de Dios para restaurar a la raza humana, se nos dice: ¡Ven, pueblo de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!
Nosotros, la Iglesia, somos ahora el pueblo de Jacob. En Cristo Jesús, somos los herederos de las promesas. Por lo tanto, este mensaje es para nosotros.
El mensaje es muy claro: en momentos de inseguridad política, de un panorama mundial cuyo constante es el cambio, de guerra y de ataque la única respuesta adecuada para el creyente es un mayor esfuerzo por seguir a su Señor.
En otras palabras, la incertidumbre y la ansiedad que pueden resultar de la situación mundial deberá servirnos de estímulo para seguir más de cerca a este Señor que es el único Príncipe de Paz.
La tentación, por supuesto, es la de buscar nuestro solaz y nuestra seguridad en alguna realidad humana. Podemos confiarnos del poder militar de nuestro país, de las Naciones Unidas, o de cualquier otro artificio humano.
A fin de cuentas, sin embargo, todas estas cosas que nos parecen tan sólidas y tan importantes se desvanecerán como el humo. Sólo Dios permanece. Como súbditos del reino que él está estableciendo, nuestro enfoque deberá estar en obedecer su voluntad para nosotros, sabiendo que sólo él podrá establecer la paz.
¿Cómo terminará la guerra actual? Sólo Dios sabe. ¿Cómo terminarán las guerras? Eso él nos lo ha revelado en su Palabra. Algún día, que podrá ser muy pronto, Jesús volverá para establecer su reino aquí en la tierra.
¿Estás listo para ese día? ¿Estás caminando a la luz del Señor?

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